Las cuerdas que nos atan. Los políticos catalanes y la independencia.

La movilización independentista en Cataluña avanza a todo trapo, con decenas de alcaldes posicionándose a favor de la consulta, al igual que la mayoría de las fuerzas políticas catalanas (sobre todo las estrictamente catalanas). Es más, era inconcebible que una resolución exprés del TC (de resultado previsible) fuera a cambiar el rumbo de los acontecimientos. En mi humilde opinión, ni siquiera creo que el PP catalán tuviera esperanza en ello. Si las fuerzas políticas y sociales pro-consulta consideran ilegítimo tal tribunal, por qué iban a obedecerlo.

Incluso a la expectativa de las nefastas consecuencias para Màs, el independentismo no se frenará con una resolución del TC. Otra cosa es el futuro político del President, que está pidiendo a gritos que alguien lo baje del carro, aunque sea a empujones, literalmente. Estaba claro que, al iniciar este camino, Màs sabía que no sería él el que se llevaría el gato al agua, incapaz de mantener la convergencia con Uniò, y con una base menos proclive al independentismo que a la democracia cristiana, poco amiga de cambio radicales. Este balón de oxígeno ha ido a parar al techo de ERC, que previsiblemente arrasará en las próximas elecciones catalanas, y cuyo izquierdismo es manifiestamente escaso.

Y éste es el horizonte probable, pues si no pudiera celebrarse la consulta, la única vía de expresión posible es la celebración de elecciones, con el único telón de fondo de la independencia. Así todos salvan los muebles.

De hecho, y tal y como están las cosas, todos los partidos se están preparando para este desenlace, pues es el único legal posible. Todo lo que se haga hasta ahora es maquillar la realidad, para que parezca que todos han hecho lo posible para celebrar la consulta.

El problema parece más de forma que de fondo, pues se sigue cuestionando si la consulta es legal (está claro que no) o legítima (dependerá de cada uno, pero a priori parece que sí), en lugar de preguntarnos qué España queremos, y hasta qué punto la Constitución se ha quedado anticuada. Todavía más anticuada que el debate sobre lo anticuada que está, y perdonen por la redundancia, pero es que hay cosas que a fuerza de repetirse pierden el sentido.

Ya va siendo hora de repensar la configuración territorial del Estado, debatiendo qué quiere cada uno y, sobre todo, cómo gestionar los recursos, tanto los propios como los compartidos. Porque seamos sinceros, el fondo del debate se asienta directamente sobre la cuestión de la financiación, y sobre lo damnificados que pueden sentirse los catalanes en términos de aporte a las arcas e inversión del Estado. Porque la pregunta de si Cataluña es una nación parece contestada ya, pues está claro que no son castellanos, del mismo modo que los escoceses no son ingleses, aunque al final han decidido seguir siendo del Reino Unido. Y lo que cambió en la recta final del debate en Escocia fue por la promesa de una modificación en la capacidad de Escocia de gestionar sus propios recursos, del mismo modo que cambiaría en Cataluña el devenir de los acontecimientos una modificación de la Constitución en aras de promover más libertad para las regiones. El dinero está detrás de todo, al fin y al cabo.

Pero este debate no enciende los ánimos como lo hace el nacionalismo o el independentismo, ni, por supuesto, es tan fácil de capitalizar en forma de votos. Explicar el modelo federal y sus virtudes es tan caro como difícil de rentabilizar electoralmente, aunque con una izquierda de vacaciones se ha hecho más difícil todavía.

Y esa es la cuestión que deja atónitos a propios y extraños, cómo es posible que la izquierda catalana se movilice por la independencia (o el derecho a la consulta) sin ni siquiera defender tímidamente el federalismo. Desde la izquierda, la de verdad, es comprensible la defensa del derecho de autodeterminación, pero esto no implica la creación de un Estado sino la defensa de las libertades políticas y civiles. Ponerse de lado de la consulta puede ser comprensible a medias, pero ponerse del lado de la independencia es negar la solidaridad de los trabajadores, poniendo fronteras entre éstos y regalando todo el poder a otra burguesía distinta, o la misma, quién sabe.

Después de todo, miles de trabajadores catalanes se despertarán del sueño teniendo que ir a trabajar a las mismas fábricas pero con otros dueños, viviendo las mismas condiciones laborales, o peores, y visto lo visto, con una clase política tan miserable y ladrona como la castellana (o española, que cada uno la llame como quiera).

Y es que esto del nacionalismo es una idea burguesa. Porque un tipo de Cataluña (o de cualquier otra parte), no necesita a ningún político que le diga cómo tiene que sentirse, o el idioma que tiene que hablar en su casa (o fuera de ella), ni lo que tiene que ver en la televisión, ni en qué lengua verlo. Lo que necesita del político es que resuelva sus problemas, y la razón de ser del debate es precisamente la de distraer de los verdaderos problemas, como son las condiciones de trabajo, el sistema de salud, la educación o el derecho a una vivienda digna. Y si lo que se quiere es promover un Estado social y justo, es que no hemos aprendido nada de la historia, pues al final las fronteras entre la gente sólo sirven a aquellos que las han diseñado.

Y mientras tanto, nadie piensa en las condiciones de trabajo en las fábricas (o en el sector que sea) o en las ejecuciones hipotecarias, o en los millones de euros robados por los políticos (catalanes o castellanos) sino en una consulta que no cambiará nada para los capitalistas pero que lo cambiará todo (a mal) para los trabajadores. Una pena.

Vamos, que mientras miles de españoles discuten acaloradamente en bares o estadios de futbol sobre si los catalanes tienen o no el derecho a decidir su futuro, a todos nos han quitado (y sin consultar) el derecho a una vivienda digna, a un trabajo, a una renta básica, a una educación pública y de calidad y a un sistema sanitario que merezca ese nombre. Y ahora que alguien venga y me diga que el debate sobre la independencia no es una estrategia burguesa para robarnos lo poco que habíamos ganado tras décadas de lucha obrera. Pero eso era cuando estábamos unidos.

Por cierto, si alguien piensa que Rajoy no tiene una estrategia, se equivoca. Lo único que frena su caída es el nacionalismo centralista y cerril de muchos españoles que ven el debate independentista como una amenaza personal a su existencia. Este saco de votos no desaparecerá mientras tal amenaza siga viva, por eso el nacionalismo catalán es tan necesario para los políticos catalanes como para la derecha española.

En cualquier caso, y sólo por mencionarlo, deberíamos tomar nota de procesos similares en el contexto internacional. Y ahora que acaba de terminar el proceso escocés, y a sabiendas de que las diferencias son importantes, podemos decir que en el caso británico el impulso democrático se ha impuesto sobre todas las demás cuestiones. En el caso español, este pulso está débil, como siempre, casi como una enfermedad crónica. Supongo que si el mantra del nacionalismo se acaba, los pobrecitos de este país empezaríamos a pedir derechos, y eso no es bueno.

by Marcel

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